BAÑOS DE AGUA SANTA, ECUADOR , domingo 15 de enero de 2012
Aquel día lo ocupamos en descansar, puesto que casi no
habíamos podido dormir durante el viaje y estábamos fundidos. Por la tarde,
aproveché para recorrer un poco la ciudad: el centro, la feria artesanal y la Basílica , notable por
tener su interior decorado con una serie
de murales que ilustran los milagros atribuidos a la Virgen de Agua Santa.
Al día siguiente, desocupamos el cuarto y nos fuimos caminando hasta el zoológico. En el camino, un kiosquero nos convidó con jugo de caña. Además compramos algunos dulces típicos (que en mi caso llegaron a casa aplastados ya que todavía me quedaban unos 20 días de viaje). El zoo de Baños cuenta con una fauna interesante aunque en ciertos casos las jaulas, sobre todo las de las aves, son demasiado pequeñas y uno siente pena por ellos. Nunca había estado en un zoológico en plena montaña, con subidas y bajadas, donde uno mira a los cóndores desde arriba, y con unas vistas increíbles de los alrededores. Nacho, por su parte, se sacó el gusto de ver en vivo a algunos ejemplares de tortugas galápagos, aunque no tan gigantes ni activas como las que había visto yo en las islas. Después de divertirnos un largo rato viendo a los monos, y de almorzar un Volquetero (ensalada de chochos, atún, cebolla, tomate, naranjas y no sé cuántas cosas más). De allí nos fuimos a buscar nuestro equipaje para partir hacia un nuevo destino: Lactacunga.

El viaje desde Loja hasta Ambato duró unas 8 horas y resultó
realmente agobiante. Al parecer no funcionaba el aire acondicionado, las
ventanillas no abrían, y resultó imposible pegar un ojo en toda la noche. La
puerta del baño no abría y cada vez que alguien quería hacer sus necesidades
debía golpear en el compartimiento del chofer para que el muchacho que oficiaba
de acompañante del mismo abriera la puerta del baño que se encontraba al fondo
del micro. Cada una de las veces que pasó le solicité que encendiera el aire y
la respuesta fue siempre la misma… ¡Sí sí, señor, enseguida lo encendemos! Para
colmo, Vilcabamba no solo nos había dejado un sinfín de anécdotas y un grupo de
amigos. Llevábamos las cicatrices de aquel pueblo marcadas en nuestra piel, y
es que al parecer, un ejército de pulgas nos había atacado la noche
anterior, y las picaduras estaban
haciendo sus efectos, pues teníamos piernas y brazos llenos de ronchas que
hubiese soportado apaciblemente de no ser por la profunda picazón que se sumaba
a la falta de oxígeno y la molesta transpiración que empapaba mi malogrado
sueño. El viaje finalizó conmigo gritándole al chofer desde la vereda mientras
me entregaban el equipaje, ya que el hombre me aseguraba que el aire había
estado encendido toda la noche.
Tomamos otro micro allí mismo sobre la ruta y al cabo de una
hora estuvimos en Baños donde incursionamos en el procedimiento de rutina:
Nacho en la Terminal
cuidaba los equipajes mientras yo recorría los hosteles regateando el mejor
precio. Decidimos quedarnos un hotel a dos cuadras de la Terminal , por 7 dólares
la noche.
Por la noche, hicimos un tour que nos llevó en una chiva al
mirador del Tungurahua, el volcán activo que mantiene en vilo a la población
más cercana. El guía nos iba explicando cómo se actúa para prevenir posibles
catástrofes ante una posible erupción. Al llegar al mirador, llovía bastante, y
no pudimos ver ningún volcán, apenas una vista de la ciudad iluminada que
enseguida fue cubierta por las nubes.
Mientras tomábamos un canelazo, una bebida caliente a base
de aguardiente, azúcar y canela, lancé la pregunta más absurda de la noche, la
que provocó la carcajada de todos los turistas que miraban la nada misma en lo
alto de aquel mirador: “¿Cuánto hace que este volcán no….”erupta”….?
El tour incluía, además del paseo y el canelazo, la entrada
a un boliche, pero cuando regresamos a la agencia nos dijeron que aquella noche
no había nada abierto ya que era domingo, así que nos fuimos a dormir apenas
terminamos la excursión.
Al día siguiente hicimos otro tour llamado “La ruta de las
cascadas”, en este paseo que duró toda una tarde conocimos a una familia de
mujeres de la que el mismísimo Federico García Lorca, supremo poeta del mundo
femenino se hubiese espantado. Daisy, su mamá, su hija Alexis y su hermana
Karina, todas ecuatorianas. Con carcajadas elocuentes, chistes de doble
sentido, y alguna que otra incitación a lo prohibido, Daisy comandaba el
matriarcal grupete que fue el centro de atención durante toda la excursión.
Recorrimos unas cuantas cascadas y paseamos sobre ellas en tarabita, una
especie de teleférico que funciona a través de poleas, con la gravedad como
fuerza propulsora. Demás está decir que Nacho casi se caga encima por el
vértigo, iba tieso como un tronco, mientras que Daisy y su familia pegaban unos
alaridos tarzanescos, que uno se preguntaba qué tipo de sustancia habrían
consumido antes de subir a la tarabita.
Además, hice Canopy
sobre el río, una experiencia genial, llena de adrenalina, pero
demasiado breve para mi gusto, porque uno pasa apenas un minuto colgado de un
cable y como volando a toda velocidad hasta llegar a la meta. Allí me
recibieron unos tipos, y después de esperar a Alexis (única de todo el grupo
que se atrevió a hacerlo además de mi), iniciamos la subida hacia la ruta, que
me dejó agotado, al punto que preferí no bajar a conocer la más famosa de las
cascadas: “El Pailón del Diablo”, solo para evitar la fatiga de tener que subir
después no se cuantas decenas de escalones. Así que me quedé comiendo unas
bananas fritas mientras conversaba con Nacho, Daisy, su mamá, y otra señora que
había decidido no bajar.
A la noche me fui a las piscinas de aguas termales. En la
primera en la que me metí, el agua estaba demasiado caliente y empecé a sentir
que el cuerpo se me dormía, y que iba a descomponerme, así que preferí quedarme
en la otra, más grande y más templada. El complejo tiene una enorme terraza
desde la que se contemplan las montañas, y la enorme cascada que desciende allí
mismo desde lo alto del cerro.
Al día siguiente, desocupamos el cuarto y nos fuimos caminando hasta el zoológico. En el camino, un kiosquero nos convidó con jugo de caña. Además compramos algunos dulces típicos (que en mi caso llegaron a casa aplastados ya que todavía me quedaban unos 20 días de viaje). El zoo de Baños cuenta con una fauna interesante aunque en ciertos casos las jaulas, sobre todo las de las aves, son demasiado pequeñas y uno siente pena por ellos. Nunca había estado en un zoológico en plena montaña, con subidas y bajadas, donde uno mira a los cóndores desde arriba, y con unas vistas increíbles de los alrededores. Nacho, por su parte, se sacó el gusto de ver en vivo a algunos ejemplares de tortugas galápagos, aunque no tan gigantes ni activas como las que había visto yo en las islas. Después de divertirnos un largo rato viendo a los monos, y de almorzar un Volquetero (ensalada de chochos, atún, cebolla, tomate, naranjas y no sé cuántas cosas más). De allí nos fuimos a buscar nuestro equipaje para partir hacia un nuevo destino: Lactacunga.

Cómo que no bajaste a conocer El Pailón del Diablo!! Jaja! Me imagino el cansancio.
ResponderEliminarTe sigo leyendo! Buenísimo!
Y bueno. Me había propuesto que este sería sobre todo un viaje de relax, ya que del anterior viaje por Brasil había vuelto agotado. Me consolé pensando que después de nuestras Cataratas del Iguazú no hay pailón ni diablo que puedan sorprenderme jejej.
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